La lista de los nombres olvidados

—?Qué puedo hacer para arreglarlo? —pregunto por fin.

 

—Lamento decirte que no mucho —dice Matt—. Puedes tratar de conseguir otro préstamo, desde luego, pero el mercado está difícil en este momento y te aseguro que, con otro banco, no llegarás a ninguna parte. Además, entre los antecedentes de tus pagos y el Bingham que se acaba de inaugurar en la misma calle…

 

—El Bingham —farfullo—. ?Cómo no?

 

Ha sido mi cruz durante el último a?o. Es una peque?a cadena de Nueva Inglaterra que fabrica dónuts; la casa central está situada en Rhode Island y se ha ido expandiendo sin parar por toda la región con la intención de hacerle la competencia al Dunkin’ Donuts. Hace nueve meses, justo cuando yo empezaba a salir del apuro financiero en el que me había encontrado después de la recesión, inauguraron el decimosexto local en la zona a menos de un kilómetro de mi panadería.

 

Podría haber capeado el temporal de no ser por los perjuicios financieros que me produjo el divorcio, pero ahora me aferro desesperadamente y Matt lo sabe: tengo todos los préstamos en su banco.

 

—Oye, se me ocurre una sola posibilidad para ti —dice Matt. Bebe un sorbo largo de vino y se inclina hacia delante—. Hay algunos inversores de Nueva York con los que trabajo. Siempre están buscando empresas peque?as para… ayudarlas a salir adelante. Se lo puedo pedir como pago de un favor.

 

—De acuerdo —digo lentamente. No estoy segura de que me guste la idea de que unos desconocidos inviertan en lo que siempre ha sido un negocio familiar. Tampoco me gusta pensar que Matt reclame para mí un favor que le deben, aunque también me doy cuenta de que la alternativa podría ser perder por completo la panadería—. ?Y cómo funciona, exactamente?

 

—En términos generales, te compran el negocio —dice— y se hacen cargo del préstamo con el banco. Tú recibes un pago en efectivo que te alcanza para saldar algunas de las cuentas a las que tienes que hacer frente ahora y te quedas al frente para manejar la panadería y encargarte de que siga funcionando… Siempre y cuando ellos estén de acuerdo.

 

Me lo quedo mirando fijamente.

 

—?Me estás diciendo que la única salida que tengo es venderle a unos desconocidos la totalidad de la panadería de mi familia?

 

Matt se encoge de hombros.

 

—Ya sé que no es lo ideal, pero resolvería tus dificultades financieras a corto plazo y, si hay suerte, yo podría convencerlos para que te dejaran quedarte como encargada.

 

—Pero es la panadería de mi familia —digo con voz queda y me doy cuenta de que me estoy repitiendo.

 

Matt mira hacia otro lado.

 

—No sé qué más decirte, Hope. Esta es prácticamente tu última oportunidad, a menos que tengas por ahí medio millón de dólares y, con lo endeudada que estás, no puedes levantarlo todo y volver a empezar en otra parte.

 

No me salen las palabras. Al cabo de un momento, Matt vuelve a la carga:

 

—Mira que son buena gente. Los conozco desde hace tiempo. Se portarán bien contigo. Por lo menos así no tendrás que liquidar el negocio.

 

Me siento como si Matt acabara de arrojarme una granada en el regazo, le hubiese quitado la anilla y se hubiera ofrecido a limpiar la escabechina y todo con una sonrisa.

 

—Tengo que pensármelo —digo, desanimada.

 

—Hope —dice Matt. Aparta la copa de vino, extiende las manos por encima de la mesa y cubre las mías, mucho más peque?as, en un gesto que, ya lo sé, pretende darme a entender que estoy a salvo—. Encontraremos una solución, ?de acuerdo? Te ayudaré.

 

—No necesito tu ayuda —farfullo.

 

Parece dolido y me siento fatal y por eso no aparto las manos. Sé que lo único que pretende es ser amable. Lo malo es que parece una limosna y no quiero caridad. Puede que me hunda o que salga a flote, pero, como mínimo, querría hacerlo por mí misma.

 

Antes de que ninguno de los dos pueda a?adir nada más, oigo sonar mi teléfono dentro del bolso. Avergonzada, retiro las manos y me apresuro a responder. No había sido mi intención dejarlo encendido. Veo la mirada iracunda que me lanza el ma?tre desde el otro lado del salón cuando contesto.

 

—?Mamá?

 

Es Annie y parece disgustada.

 

—?Qué pasa, cielo? —le pregunto y ya me estoy poniendo de pie, dispuesta a acudir en su auxilio, dondequiera que esté.

 

—?Dónde estás?

 

—He salido a cenar, Annie —le digo, pero no menciono a Matt, para que no piense que se trata de una cita romántica—. ?Y tú? ?No estás en casa de tu padre?

 

—Papá ha tenido que ir a ver a un cliente —masculla—, así que ha vuelto a dejarme en tu casa y lo que pasa es que se ha roto el lavavajillas, ?no?

 

Cierro los ojos. Lo había llenado de detergente y lo había puesto en marcha media hora antes de que llegara Matt, suponiendo que el ciclo estaría casi acabado cuando me marché.

 

—?Qué ha pasado?

 

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