Entrelazados

Puso una rodilla en la hierba. La otra.

Más cerca… Y más cerca. De nuevo, Aden apretó el paso.

Llegó junto a él justo cuando alcanzaba su altura completa, más o menos un metro ochenta y cinco centímetros, lo cual les ponía al mismo nivel. A Aden le golpeaba el corazón en el pecho, con latidos frenéticos. Tenía un nudo doloroso en la garganta. Hacía más de un a?o que no tenía que hacer aquello, y la última vez había sido la peor de todas. Tuvieron que darle dieciséis puntos en el costado, había tenido la pierna escayolada durante un mes, había pasado una semana en desintoxicación y había hecho una donación de sangre involuntaria a todos los cadáveres del Cementerio de la Colina de la Rosa.

?Esta vez no?.

La criatura gru?ó.

—Mira lo que tengo —le dijo Aden, mostrándole la daga de hoja brillante—. Bonita, ?verdad? ?Quieres verla de cerca?

Con el brazo firme, le golpeó el cuerpo. Para matar permanentemente a un cadáver había que separarle la cabeza del cuerpo. Sin embargo, justo antes de conseguirlo, la criatura recuperó su orientación, tal y como había temido Eve, y se agachó. Parecía que el instinto de conservación no moría nunca. Aden dio una cuchillada en el aire y, debido al impulso, giró.

Una mano huesuda lo empujó hacia el suelo, y se vio comiendo tierra. Acto seguido, algo pesado saltó sobre él y le aplastó los pulmones. Unos dedos le aprisionaron las mu?ecas y lo apretaron tanto que tuvo que soltar las dagas. Afortunadamente, aquellos dedos estaban tan húmedos que no pudieron sujetarlo lo suficiente como para inmovilizarlo.

No. Fueron los dientes que se clavaron en su cuello los que lo sometieron, mascando hacia su arteria, y la lengua húmeda que succionaba. Durante un segundo de dolor, se sintió demasiado aturdido como para moverse. Después se concentró de nuevo. Ganar, tenía que ganar. Le clavó el codo en las costillas al demonio.

No cedió.

Por supuesto, sus compa?eros tenían que hacer comentarios.

?Vaya, ?has perdido la práctica, o qué??, preguntó Caleb.

?Te ha derribado en un segundo?, dijo Julian con desdén. ?Deberías avergonzarte?.

??Es que quieres ser su cena??, a?adió Eve.

—Chicos —dijo él, mientras se las arreglaba para darse la vuelta—. Por favor, estoy luchando aquí.

?Yo no diría que eso es luchar?, replicó Caleb. ?Se parece más a que te den una buena paliza?.

—No te preocupes. Lo tengo controlado.

?Eso ya lo veremos?, dijo Elijah.

Aden intentó estrangular a la criatura, pero no dejaba de moverse y de escapársele de entre las manos.

—Estate quieto —le ordenó.

Le dio un pu?etazo en la mejilla, con tanta fuerza que lo que le quedaba de cerebro vibró, aunque eso no consiguió debilitarlo. En realidad, parecía que le había dado más fuerzas. Aden tuvo que empujarle la mandíbula con ambas manos para evitar que le diera otro mordisco.

—Tú, más que nadie, sabes que yo no voy a morir así —dijo entre jadeos.

Más o menos seis meses antes, Elijah había predicho su muerte. No sabían cuándo iba a suceder, sólo que iba a suceder. Y no sería en un cementerio, ni su asesino sería un cadáver. Moriría en una calle desierta, con un pu?al atravesándole el corazón.

La predicción llegó el mismo día en que le anunciaron que iban a enviarlo al Rancho M. y D. en cuanto hubiera una plaza. Tal vez eso debería haberle disuadido de mudarse allí. Pero…

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