Entrelazados

Se sentaron en las sillas que Penny les había guardado. El sol hacía brillar la mesa. Mary Ann inhaló profundamente los aromas del café, de la crema y de la vainilla. Dios, adoraba Holy Grounds. Tal vez la gente se acercara con el ce?o fruncido al puesto, pero siempre salían con una sonrisa.

Y, como si quisieran demostrar que lo que acababa de pensar era cierto, una pareja madura se alejó de la caja registradora sonriéndose el uno al otro por encima del borde de la taza. Mary Ann tuvo que apartar la vista. Una vez, sus padres fueron así. Estaban felices juntos. Entonces, su madre había muerto.

—Bebe, bebe —dijo Penny—. Y mientras saboreas, dime por qué te has retrasado.

Ella le dio un sorbito a su café. Ah, delicioso.

—Como ya te he dicho, siento haber llegado tarde, de verdad. Pero, por desgracia, mi retraso no es lo peor de todo.

—?Ah, no? ?Qué ha pasado?

—No he acabado de trabajar. En realidad, esto es sólo un descanso de treinta minutos. Tengo que volver… —se encogió, esperando el grito…

—?Cómo?

Y allí estaba. Una peque?a infracción, de veras, pero Penny lo vería como una gran ofensa. Siempre lo hacía. Era una gran amiga que esperaba que el tiempo que pasaran juntas no fuera interrumpido. A Mary Ann no le importaba. En realidad, admiraba aquel rasgo. Penny sabía lo que quería de la gente que formaba parte de su vida, y esperaba que se lo dieran. Y normalmente era así. Sin queja. Aquel día, sin embargo, no podía ser.

—La Regadera va a servir las flores para la boda Tolbert-Floyd de ma?ana, y todos los empleados tenemos que hacer horas extra.

—Aj —dijo Penny, sacudiendo la cabeza con decepción. ?O era desaprobación?—. ?Cuándo vas a dejar ese trabajo de tres al cuarto en la floristería? Es sábado, y eres joven. Deberías estar de tiendas conmigo, tal y como teníamos planeado, en vez de trabajar como una esclava entre espinas y tierra.

Mary Ann observó a su amiga por encima del borde de la taza. Penny tenía un a?o más que ella, el pelo rubio platino, los ojos azules y la piel pálida. Llevaba vestidos camiseros con sandalias, hiciera el tiempo que hiciera. Era despreocupada y no pensaba en el futuro, salía con quien quería cuando quería, y faltaba a menudo al colegio.

Mary Ann, por otra parte, vomitaría si pensara en infringir alguna norma.

Sabía por qué era como era, pero justo por eso, su decisión de ser una buena chica se fortalecía. Su padre y ella sólo se tenían el uno al otro, y ella no quería decepcionarlo. Lo cual hacía que su amistad con Penny fuera más rara, ya que su padre tenía objeciones, aunque no las dijera en voz alta. Pero Penny y ella habían sido vecinas durante muchos a?os, y habían ido al mismo parvulario cuando vivían a kilómetros de distancia. Pese a sus diferencias, nunca habían dejado de salir juntas. Y nunca lo harían.

Penny era adictiva. Uno no podía separarse de ella sin desear estar con ella. Tal vez fuera su sonrisa. Cuando sonreía, parecía que las estrellas se alineaban y no podía ocurrir nada malo. Bueno, las chicas se sentían así. Los chicos la veían y tenían que limpiarse la baba.

—?Y no puedes, por favor, por favor, llamar y decir que te has puesto enferma? —le pidió Penny—. Una dosis tan peque?a de Mary no es suficiente.

Cuando sonrió, en aquella ocasión, Mary Ann tuvo que protegerse contra ella.

—Ya sabes que estoy ahorrando para la universidad. Tengo que trabajar.

Aunque sólo los fines de semana. Eso era lo que le permitía su padre. Los otros días de la semana estaban dedicados a los deberes.

—Tu padre debería pagarte los estudios. Puede permitírselo.

—Pero eso no me ense?aría la responsabilidad, ni el valor de un dólar bien ganado.

—Dios, y ahora lo estás citando —dijo Penny con un escalofrío—. La mejor manera de echar por tierra mi humor.

Mary Ann se echó a reír.

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