Puro (Pure #1)

—Estoy. —El anciano recoge el ladrillo del suelo y lo deja sobre el mu?ón que tiene por pierna, justo por encima del cúmulo de cables cauterizados. El ladrillo es su única protección contra la ORS—. El armario para dormir es nuestra mejor opción —le dice el abuelo—. Tienes que darle tiempo.

Pressia sabe que tendría que ser más agradecida. Le construyó el escondrijo hace unos meses. Los armarios se extienden por la pared del fondo, la que comparten con la propia barbería. Casi todo lo que queda del local en ruinas está expuesto al aire porque un gran trozo de tejado salió volando. El abuelo ha quitado los cajones y las baldas a los armarios y en la pared del fondo ha instalado un panel falso que funciona como una trampilla que da a la barbería, y que Pressia puede accionar si tiene que escapar por allí. Pero luego, ?adónde irá? El abuelo le ha ense?ado un viejo conducto de irrigación donde esconderse mientras la ORS registra el almacén, encuentra el armario vacío y el abuelo les cuenta a los soldados que hace semanas que ha desaparecido, probablemente para siempre, y que quizá ya esté muerta. El viejo intenta convencerse de que lo creerán, de que la ni?a podrá regresar y de que la ORS los dejará en paz. Por supuesto, ambos saben que es harto improbable.

Ha conocido a unos cuantos chicos mayores que han huido: un chaval que se llamaba Gorse y su hermana peque?a Fandra —muy amiga de Pressia antes de su partida, hace unos a?os—, un ni?o sin mandíbula y otros dos muchachos que decían que iban a casarse muy lejos de allí. Se cuentan historias sobre un movimiento clandestino que saca a los ni?os de la ciudad y se los lleva más allá de los fundizales y las esteranías, donde es posible que haya más supervivientes… civilizaciones enteras. ?Quién sabe? Pero son solo rumores, mentiras bienintencionadas concebidas para consolar. Esos chicos desaparecieron y nadie ha vuelto a verlos.

—Creo que voy a tener tiempo de acostumbrarme, todo el tiempo del mundo, a partir de dentro de dos semanas —comenta Pressia.

En cuanto cumpla los dieciséis a?os se verá confinada al almacén y a dormir en el armario. Su abuelo le ha hecho prometer, una y otra vez, que no saldrá a la calle. ?Sería muy peligroso —suele decirle—. Mi corazón no lo soportaría.?

Ambos conocen los rumores sobre lo que les ocurre a los que no se presentan en el cuartel general de la ORS el día de su decimosexto cumplea?os: les dan caza mientras duermen o mientras caminan a solas por los escombrales; les dan caza sin importar a quién hayan sobornado o por cuánto. El abuelo, ni que decir tiene, no puede permitirse pagarle nada a nadie.

Al que no se presenta por las buenas lo arrestan. Eso no es un rumor, es la verdad. Se cuenta que te arrestan y te llevan a la periferia, donde te desense?an a leer (en el caso de que sepas, como Pressia). Su abuelo le ense?ó y le mostró el Mensaje: ?Sabemos que estáis ahí, hermanos y hermanas…? (Ya nadie habla del Mensaje. El abuelo lo tiene escondido en alguna parte). Se rumorea que después te ense?an a matar utilizando blancos humanos. Y se dice también que o aprendes a matar o, si las Detonaciones te dejaron demasiado deforme, te usan como blanco humano y se te acabó la historia.

?Qué les pasa a los chicos de la Cúpula cuando cumplen los dieciséis? Pressia se imagina que es como en el Antes: tartas y regalos envueltos en papel brillante, y esos animales de cartón rellenos de caramelos y colgados del techo a los que se pega con un palo.

—?Puedo ir al mercado? Casi no nos quedan raíces. —A Pressia se le da muy bien preparar algunos tipos de tubérculos; prácticamente se alimentan solo de eso. Y además quiere salir a la luz del día. El abuelo la mira con inquietud—. Todavía no han puesto mi nombre en la lista —esgrime la chica.

La lista oficial de los que tienen que presentarse ante la ORS se pega por toda la ciudad: en ella figuran los nombres y días de nacimiento en dos columnas ordenadas, datos todos ellos cosechados por la ORS. La organización surgió poco después de las Detonaciones, cuando se llamaba Operación Rescate y Salvamento. Formaron unidades médicas, recabaron listas de supervivientes y de caídos y, con el tiempo, crearon una peque?a milicia para mantener el orden. Sin embargo, depusieron a sus cabecillas y la ORS pasó a ser Operación Revolución Sagrada. Sus nuevos líderes han impuesto el gobierno del miedo y pretenden tomar la Cúpula algún día.

Ahora la ORS ordena registrar a todos los recién nacidos, so pena de castigar a los padres que desobedecen. Aparte, hace registros de casas al azar. La gente se muda con tanta frecuencia que ya no pueden tener localizados los domicilios. Ya no existen las se?as: todo lo que queda está derrumbado, desaparecido, y los nombres de las calles se han borrado. Hasta que Pressia no vea su apellido en la lista no le parecerá real; vive con la esperanza de no aparecer nunca: tal vez se hayan olvidado de su existencia, quizás hayan perdido una monta?a de expedientes y el de ella sea uno de esos.

—Además, hay que ir guardando reservas.

Tiene que conseguir toda la comida que pueda para los dos antes de que sea el abuelo quien se encargue de ir al mercado. A ella se le dan mejor los trueques, siempre ha sido así. Le inquieta lo que pueda ocurrir cuando lo tenga que hacer él.

—Vale, está bien —cede el abuelo—. Kepperness todavía nos debe algo por la costura del cuello de su hijo. —Kepperness —repite la ni?a. Hace tiempo que el hombre pagó su deuda. A veces el abuelo se acuerda solo de lo que quiere.

Va hasta la repisa que hay bajo la ventana astillada, donde tiene colocados en fila unos peque?os seres que ha hecho con trozos de metal, monedas antiguas, botones, goznes y engranajes que va cosechando en sus paseos. Son juguetitos de cuerda: pollitos que saltan, orugas que reptan, una tortuga con el morro picudo. Su favorito es la mariposa; ha hecho ya una media docena ella sola. Forma el armazón con púas de viejos peines negros de barbero y las alas con trozos de baberos blancos. Aunque ha conseguido que las mariposas batan las alas cuando se les da cuerda, todavía no ha logrado que vuelen.

Coge una de las mariposas y le da cuerda. Al instante aletea y despide un poco de ceniza, que se arremolina. Ceniza arremolinada… no todo es malo. De hecho ese remolino de luz puede ser bonito. No quiere ver su belleza pero tampoco puede evitarlo: percibe breves destellos de belleza por doquier, incluso en lo feo, en la espesura de las nubes que cubren el cielo, a veces de un azul rayano en lo negro; aún hay rocío que surge de la tierra y cubre con sus perlas trozos de cristal ennegrecido.

Se asegura de que el abuelo está mirando por la puerta del callejón antes de meter la mariposa en la bolsa. Lleva utilizándolas para trocar desde que la gente dejó de recurrir al Cosecarnes para sus remiendos.