Fuera de la ley

Conforme me adentraba en los oscuros límites del pasillo, me giré para contemplar la escena de satisfacción femenina. Mi madre había obsequiado al bebé de Ceri con el deseo de que naciera sano, Matalina le dio los símbolos de la seguridad, Ivy le había transmitido la belleza y la inocencia, y Jenks y yo le habíamos concedido sabiduría. O tal vez, la diversión.

 

En la cocina reinaba una fría tranquilidad, y yo miré por la ventana en direc-ción al cementerio y permití que aflorara mi segunda visión para asegurarme de que Al no me estaba esperando. El cielo rojizo de siempre jamás se fundió con las nubes grises de la realidad creando una imagen espantosa y, a pesar de que la línea estaba vacía, sentí un escalofrío. Había dicho que me llamaría antes, pero no me fiaba de él, y no me hubiera extra?ado nada que se presentara por sorpresa pegándoles un susto de muerte a todos los presentes. Aparentemente, Newt había dado en el clavo cuando afirmó que se había convertido en un in-digente, porque me había dicho que no me convocaría hasta que dispusiera de una cocina decente de la que no se avergonzara. Quería que me devolviera mi nombre y que me retirara la marca del pie, y estaba convencida de que estaba intentando ganar tiempo porque no quería renunciar a aquello que me ataba a él.

 

—Ha sido una fiesta maravillosa —oí decir a mi madre desde el vestíbulo. Yo di un respingo, sobresaltada.

 

—?Joder, mamá! —exclamé renunciando a mi segunda visión y dándome la vuelta—. Eres peor que Ivy.

 

En ese momento entraba sonriente en la cocina, con un montón de platos sucios y de cubiertos de plata en las manos, y un brillo malicioso en los ojos.

 

—Te agradezco mucho que me hayas invitado. No suelo asistir a muchas celebraciones de este tipo.

 

Percibiendo un tono acusador en su voz, le puse el tapón al fregadero y abrí el grifo.

 

—Mamá —dije con tono cansado mientras sacaba el detergente—, no voy a tener hijos. Lo siento. Podrás considerarte afortunada si es que alguna vez me caso.

 

Mi madre emitió un desagradable sonido, a medio camino entre una risa y la burla de una mujer anciana.

 

—Entiendo que te sientas así en este momento —dijo metiendo los cubiertos en el fregadero—, pero todavía eres joven. Dale tiempo al tiempo. No pensarás igual cuando hayas conocido al hombre adecuado.

 

Yo cerré el grifo, inspiré profundamente llenándome los pulmones del aire perfumado <4e limón, e introduje las manos en el agua tibia para empezar a lavar los tenedores. Me hubiera gustado que dejara a un lado la fachada de lo que deseaba y que se abriera a la realidad.

 

—Mamá —dije en voz baja—, si tuviera hijos, los demonios los raptarían por su habilidad para prender su magia. No pienso correr el riesgo. —A decir verdad, ellos mismos habrían sido demonios, gracias al padre de Trent, pero no había motivo para revelárselo—. No voy a tener hijos —concluí, lavando lentamente los platos.

 

—Rachel… —protestó mi madre, pero yo sacudí la cabeza, manteniéndome inflexible.

 

—Kisten murió por mi culpa; Nick se tiró por un puente y, una vez que Al arregle sus asuntos, tendré que acudir a siempre jamás una vez a la semana. Como novia, no se puede decir que sea una buena candidata. ?De verdad me imaginas convirtiéndome en madre?

 

Mi madre sonrió.

 

—Sí. Y estoy convencida de que lo harías muy bien.

 

Con las lágrimas a flor de piel, dejé un pu?ado de cubiertos limpios en la pila vacía del fregadero y abrí de nuevo el grifo del agua caliente. No podía. Era demasiado arriesgado.

 

Mi madre agarró un pa?o de cocina de uno de los estantes superiores y cogió el pu?ado de cubiertos limpios que había dejado en la pila.

 

—Supongamos que tengas razón —dijo—, y que tampoco adoptes o acojas a algún ni?o que necesite un hogar, pero ?y si estuvieras equivocada? Estoy segura de que, ahí fuera, hay una persona adecuada para ti. Alguien con la suficiente fuerza o sabiduría para mantenerse a salvo. Apostaría cualquier cosa a que, en este mismo momento, en algún lugar, hay un hombre joven y sexi buscando a una mujer capaz de cuidar de sí misma, convencido, como tú, de que nunca la encontrará.

 

—De acuerdo —respondí con una débil sonrisa, imaginándomelo—. Pondré un anuncio en la sección de contactos.

 

Bruja blanca soltera busca compa?ero de características similares. Deberá ser capaz de enfrentarse a demonios y vampiros y soportar estoicamente los celos de una compa?era de piso, pensé. Inmediatamente solté un suspiro, consciente de que tanto Nick como Kisten respondían a aquella descripción. Nick era un ganador nato, y Kisten estaba muerto. Por mi culpa. Porque había intentado salvarme.

 

Mi madre me apoyó la mano en el brazo y yo le entregué la última taza de té de Ceri.

 

—Solo quiero que seas feliz —dijo.

 

—Ya lo soy —afirmé con contundencia, intentando convencerme a mí mis-ma—. De veras.

 

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