El lado bueno de las cosas

Mi corazón late con fuerza durante los breves instantes que mi madre tarda en responder a mi pregunta.

—Los Eagles juegan contra los Steelers en un partido de exhibición de la pretemporada —dice mi madre. Y eso es raro porque ella siempre ha odiado los deportes y ni siquiera sabe que la temporada de fútbol americano es en oto?o. Y mucho menos qué equipos juegan cada día—. Tu hermano va a venir a ver el partido contigo y con tu padre.

Mi corazón sigue latiendo deprisa, ya que no he visto a mi hermano casi desde que empezó el período de separación. Mi hermano, al igual que mi padre, dijo algunas cosas realmente horribles de Nikki la última vez que hablamos.

—Jake tiene muchas ganas de verte, y sabes cuánto le gustan a tu padre los Eagles. Me muero de ganas de tener a mis tres hombres sentados en el sofá, viendo un partido como en los viejos tiempos. —Mi madre sonríe con tanta ansia que creo que se va a poner a llorar, así que me doy la vuelta y bajo al sótano para hacer flexiones hasta que no sienta los músculos.

Como sé que probablemente luego no podré ir a correr porque vamos a tener cena familiar, salgo a correr temprano. Paso frente a las casas de mis amigos del instituto, por delante de Saint Joseph, que es la iglesia católica a la que yo solía ir, frente al Instituto Collingswood (?la clase del ochenta y nueve mola!) y ante la casa en la que vivían mis abuelos hasta que murieron.

Mi antiguo mejor amigo me ve cuando paso por su nueva casa en Virginia Avenue. Ronnie acaba de llegar de trabajar, está saliendo del coche y se dirige hacia la puerta de su casa cuando lo adelanto por la acera. Me mira a los ojos y cuando ya he pasado, grita:

—?Pat Peoples? ?Eres tú? ?Pat! ?Ey!

Yo corro más rápido todavía porque mi hermano va a venir a hablar conmigo; Jake no cree en los finales felices y no estoy emocionalmente capacitado para ver a Ronnie ahora. Ahora no, porque nunca vino a visitarnos a Nikki y a mí en Baltimore, a pesar de que nos lo prometió un montón de veces. Nikki solía decir que Ronnie estaba dominado y que su mujer, Veronica, guardaba la agenda social de Ronnie en el mismo sitio que sus pelotas: en su monedero.

Nikki me dijo que Ronnie nunca vendría a visitarme a Baltimore y tenía razón.

Tampoco vino a visitarme al lugar malo, pero solía escribirme cartas en las que me contaba lo maravillosa que era (e imagino que es) su hija Emily, aunque todavía no la he conocido y no he podido verificarlo.

Cuando llego a casa, el coche de Jake ya está allí (un fabuloso BMW plateado, lo cual quiere decir que mi hermano está mejorando en lo de ?engordar el bolsillo?, como solía decir Danny). Entro por la puerta de atrás y corro a la ducha. Una vez aseado y vestido con ropa limpia, tomo aire y sigo el rastro de la conversación que proviene del salón.

Jake se pone en pie al verme. Lleva unos pantalones de raya diplomática y un polo azul lo suficientemente ajustado para mostrar que aún está en forma. También lleva un reloj con diamantes en la esfera y que es lo que Danny llamaría el ?caprichito? de Jake. Ha perdido un poco de pelo, pero lo lleva engominado. Tiene pinta de pretencioso.

—?Pat? —pregunta.

—Te dije que no lo reconocerías —dice mamá.

—Pareces Arnold Schwarzenegger —dice mientras toca mi bíceps, lo cual odio, porque no me gusta que me toque nadie excepto Nikki. Como es mi hermano, no digo nada—. Estás cachas —a?ade.

Desvío la mirada al suelo pues recuerdo lo que dijo sobre Nikki (y aún estoy enfadado por eso), pero también estoy muy feliz de ver a mi hermano después de tanto tiempo, tanto que parece una eternidad.

—Escucha, Pat, debería haber ido a verte a Baltimore, pero esos sitios no me gustan y… y… y no podía verte así, ?de acuerdo? ?Estás furioso conmigo?

En cierto modo sí que estoy furioso con Jake, pero de repente recuerdo otra de las frases de Danny y es tan apropiada que tengo que decirla, así que suelto:

—Solo tengo amor para ti.

Por un instante, Jake me mira como si lo hubiera golpeado en la tripa. Luego, parpadea varias veces como si fuera a llorar, me rodea con los dos brazos y me abraza.

—Lo siento —dice mientras me abraza durante más tiempo del que me gusta, a menos que sea Nikki la que me abrace, claro.

Cuando me suelta, Jake dice:

—Te he traído un regalo.

Saca una camiseta de los Eagles de una bolsa de plástico y me la da. La extiendo y veo que lleva el número 84, deduzco que es el número de un receptor, pero no reconozco el nombre del jugador. ??No era el joven receptor Freddie Mitchell el número 84??. Esto lo pienso pero no lo digo, ya que no quiero ofender a mi hermano, que ha sido lo suficientemente amable para comprarme un regalo.

—?Quién es Baskett? —pregunto, pues es el nombre que hay escrito en la camiseta.

—?La sensación, Hans Baskett? Es el ídolo de la pretemporada. Estas camisetas están de moda en Filadelfia. Y tú llevarás esta a los partidos de esta temporada.

—?A los partidos?

—Bueno, ahora que has vuelto querrás recuperar tu antiguo asiento, ?verdad?