Ciudades de humo (Fuego #1)

Ella negó con la cabeza con tanta rapidez que Alice supo que mentía. En un momento de pura curiosidad, dejó los pies colgando de la cama —el suelo volvía a estar frío— y se levantó. Parecía que a 42 iba a darle un infarto en cualquier momento, pero también se incorporó.

—?No puedes levantarte de la cama tras el toque de queda! —susurró, siguiéndola.

—Lo sé. —Alice empezó a dirigirse lentamente hacia la puerta—. Pero he oído algo.

—?Y qué? No te preocupes, encontrarán al que lo haya causado. No es...

Pero la interrumpieron unos claros pasos alejándose por el pasillo, y el sonido de la puerta del pabellón del fondo abriéndose de un portazo. Las habitaciones estaban insonorizadas, por lo que apenas había sido un murmullo. Los demás seguían durmiendo.

—?Q-qué ha sido eso? —preguntó 42 temblorosa.

—Alguien entrando en la otra habitación —susurró ella.

Y, sin pensarlo demasiado, abrió la puerta solo para ver a través de una rendija y se asomó. Pasmada, vio que 42 también se inclinaba justo debajo de ella.

El pasillo estaba en penumbra, pero sus ojos estaban adaptados a la oscuridad, así que un peque?o escudri?o fue más que suficiente para ver la silueta de tres hombres vestidos de negro que llevaban... ?Qué era eso? Parecía un saco. Frunció el ce?o cuando vio que tiraban el saco al suelo y uno de los hombres levantaba algo que llevaba en los brazos para apuntar.

Cuando por fin se dio cuenta de lo que era, su cuerpo entero se congeló durante un instante. Su mano se movió antes de que ella pudiera darle la orden de hacerlo y cerró la puerta de golpe, justo a tiempo para que el disparo apenas se escuchara en la habitación.

No era un saco. Por supuesto que no. No era nada parecido a eso. Era una persona. Y le habían disparado.

—?Eso era...? —preguntó 42 entrecortadamente.

Alice la miró un momento, su corazón iba a toda velocidad, apenas podía pensar.

—Tenemos que irnos —dijo.

—?Cómo? ?Irnos?

—Ya me has oído.

Se dirigió de nuevo a su cama y agarró el revólver con una fuerza un poco desmesurada. Le dio la sensación de que pesaba más que la última vez. Por si eso no fuera suficiente, las manos le temblaban violentamente y hacían que el arma se tambaleara entre sus dedos.

42 dio un respingo al ver qué sujetaba y lo se?aló con un dedo, horrorizada.

—?Suelta eso, 43, vas a hacerte da?o!

—?Ellos nos harán da?o si lo suelto!

—?No sabes usarlo!

—?Prefiero que me maten intentándolo!

Alguien se movió y ellas se dieron cuenta de que estaban hablando en voz demasiado alta. Sin embargo, nadie parecía haberse despertado. 41, 44 y 45 seguían durmiendo.

42, por su parte, parecía estar a punto de echarse a llorar.

—Tenemos que..., no sé..., avisar a las demás.

Alice pensó en lo que había dicho su padre, pero ahora no importaba, ?no podía dejarlas morir de esa forma! ?En qué clase de ser la convertiría eso?

Pero en ese momento la puerta se abrió de golpe. Las dos chicas se encontraban junto a ella, así que por poco no las aplastó contra la pared. Quedaron ocultas allí detrás mientras los mismos tres hombres que habían visto antes entraban en el dormitorio y empezaban a gritar. Las tres androides restantes se levantaron apresuradamente, desconcertadas, y los hombres las apuntaron con las armas.

—?Faltan dos! —gritó uno.

Alice se sorprendió cuando 42 la tomó de la mu?eca y se deslizó con ella hacia la puerta sin hacer ningún ruido. Cuando salieron al pasillo, como si estuvieran coordinadas, empezaron a correr con todas sus fuerzas. Los disparos empezaron, igual que los gritos. Gritos de 41, 44 y 45. Las habían abandonado a su suerte mientras ellas escapaban.

Pensó en 44. En lo molesta que le había parecido siempre. En que nunca la había soportado. Y ahora estaba a punto de llorar por haberla dejado atrás.

Alice sintió náuseas cuando vio montones de figuras en el suelo y tuvo que esquivarlas. No quería pensar en qué serían. O más bien en quiénes serían. Siguió corriendo y sus pies descalzos empezaron a humedecerse por los charcos que había en el suelo, pero no bajó la mirada. Necesitaban salir de ahí. No podían perder ni un minuto.

Sin darse cuenta, se había colocado en primer lugar y, al bajar la escalera, advirtió que los de su habitación no eran los únicos invasores que habían entrado en la zona, así que se detuvo de golpe en el segundo escalón. 42 chocó con ella y estuvieron a punto de rodar hasta el piso inferior.

—?Qué haces? —preguntó la otra, casi gritando—. ?Tenemos que avisar a alguien!

—No..., no podemos ir por aquí.

—?Claro que podemos, mira!

Ella abrió la boca para replicar, pero 42 pasó por su lado y terminó de bajar la escalera. Apenas hubo tocado el pabellón inferior con la punta de los pies, volvió atrás, pálida, y miró a Alice con los ojos llenos de lágrimas.

—Están... están todos...

—Tranquila —no quería que lo dijera en voz alta. Allí dormía también su padre. ?Estaría...? No. No quería pensarlo. Sin duda él estaría bien—. ?Queda alguien vivo?

—No, pero no hay otro camino —murmuró 42, a punto de llorar—. Tenemos que pasar sí o sí.

Alice se frotó la cara con las manos. El revólver cada vez le parecía una opción más útil, aunque al final se limitó a asentir una vez con la cabeza.

—Tú, sígueme. Y no mires al suelo, ?vale? Solo a mí.

—Pero...

—La mirada clavada en mi nuca, 42. ?Puedes hacer eso?

Le sorprendió su propio tono autoritario. Ni siquiera sabía que lo tuviera. Pero al menos funcionó, porque su compa?era asintió con la cabeza.

—Vale.

Bajó la escalera y 42 se apresuró a seguirla con la mirada clavada en su nuca. Alice no estaba segura de cómo conseguiría seguir, teniendo en cuenta que estaba tan asustada como ella. De todas formas, tomó una bocanada de aire, intentó que el miedo no se apoderara de toda su fuerza de voluntad y cruzó el pasillo con la vista al frente a pesar del característico olor que flotaba a su alrededor. Olor a metálico. A humedad. A sangre.

—43 —susurró su compa?era.

Joana Marcus's books