El Código Enigma

El saco con el correo que llevaba la contribución de Lawrence a la literatura de las matemáticas llegó justo a tiempo. El barco de Lawrence, y unos cuantos de sus hermanos, habían tenido hasta ese momento su base en California. Pero justo entonces, todos fueron transferidos a un lugar llamado Pearl Harbor, Hawai, para ense?arles a los nipones quién era el jefe.

 

Lawrence nunca había sabido realmente qué quería hacer con su vida, pero enseguida decidió que ser un xilofonista en un barco de guerra en Hawai en tiempos de paz estaba a mucha distancia de ser la peor vida que uno podría tener. La parte más dura del trabajo era tener que sentarse o desfilar en ocasiones en condiciones muy calurosas, y soportar ocasionales notas falsas por parte de otros miembros de la banda. Tenía abundante tiempo libre, que pasaba trabajando en una serie de nuevos teoremas en el campo de la teoría de la información. El campo había sido inventado y abarcado en su mayor parte por su amigo Alan, pero había mucho trabajo de detalle por hacer. él, Alan y Rudy habían bosquejado un plan general de lo que era necesario probar o refutar. Lawrence abordó la lista. Se preguntaba qué estarían haciendo Alan y Rudy en Inglaterra y Alemania, pero no podía escribirles y descubrirlo, así que guardó su trabajo para sí. Cuando no estaba tocando el xilófono o resolviendo teoremas había bares y bailes a los que acudir. Waterhouse llevó a cabo algunas labores de pene por su cuenta, pilló una enfermedad venérea, se curó [1] y compró condones. Todos los marinos hacían lo mismo. Eran como ni?os de tres a?os que se clavan lápices en las orejas, descubren que duele y dejan de hacerlo. El primer a?o de Lawrence pasó casi instantáneamente. El tiempo se desvaneció sin más. Ningún lugar podía ser más soleado y relajante que Hawai.

 

 

 

 

 

Novus Ordo Sedoritm

 

 

 

 

 

—Los filipinos son personas afectuosas, amables, cari?osas y desprendidas —dice Avi—, de lo cual hay que alegrarse, teniendo en cuenta que muchos de ellos llevan armas ocultas.

 

Randy se encuentra en el aeropuerto de Tokio, recorriendo el vestíbulo con una lentitud que enfurece a los otros viajeros. Todos ellos han pasado el último medio día sujetos a asientos malos y apretujados en un tubo de aluminio cargado de combustible de reactor. Sobre las protuberancias de seguridad del suelo a la salida del avión, las maletas con redecillas resuenan como aviones de combate. Las maletas le rozan las rodillas mientras esquivan su largo y fornido cuerpo en forma de columna. Randy sostiene su nuevo teléfono GSM a un lado de la cabeza. Se supone que funciona en cualquier parte del mundo, menos en Estados Unidos. Se trata de su primera oportunidad para ponerlo a prueba.

 

—Se te oye claro como una campana —dice Avi—. ?Cómo ha sido el vuelo?

 

—Bien —dice Randy—. En la pantalla de vídeo tenían uno de esos mapas animados.

 

Avi lanza un suspiro.

 

—Ahora los tienen en todas las compa?ías aéreas —se?ala con voz monótona.

 

—Lo único que había entre San Francisco y Tokio era la isla Midway.

 

—?Y?

 

—Permaneció en medio de la pantalla durante horas. MIDWAY. Con un vacío embarazoso a su alrededor.

 

Randy llega a la puerta de salida para Manila y se detiene para admirar un aparato de televisión de metro y medio de ancho y alta definición que muestra el logotipo de una importante compa?ía de electrónica de consumo nipona. Emite un vídeo en el que un alocado profesor de dibujos animados y su adorable ayudante canino se?alan las tres rutas de transmisión del virus del sida.

 

—Tengo una huella para ti —dice Randy.

 

—Dispara.

 

Randy se mira la palma de la mano, sobre la que ha escrito una serie de números y letras con bolígrafo.

 

—AF 10 06E9 99BA 11 07 64 Cl 89 E3 40 8C 72 55.

 

—La tengo —dice Avi—. Es de Ordo, ?no? —Exacto. Te envié por e-mail la clave desde SFO.

 

—Lo del apartamento sigue sin resolverse —dice Avi—. Así que te he reservado una suite en el hotel Manila.

 

—Qué quieres decir con que sigue sin resolverse?

 

—Filipinas es uno de esos países pos espa?oles que carecen de una clara distinción entre los asuntos de negocios y las relaciones persona— les —dice Avi—. No creo que puedas encontrar un alojamiento seguro sin casarte con una familia que tenga como apellido el nombre de una calle importante.

 

Randy se sienta en la sala de espera. El desenvuelto personal de tierra, ataviado con sombreritos chillones e inverosímiles, se centra en los filipinos que llevan demasiado equipaje de mano y los someten al ritual público de rellenar peque?as etiquetas y entregar sus posesiones. Los filipinos alzan la vista y miran con ansia por los ventanales. Pero la mayor parte de los pasajeros que aguardan son nipones: algunos hombres de negocios, pero en su mayoría turistas. Miran un vídeo educativo que ense?a cómo dejar que te roben en un país extranjero.

 

—Vaya —dice Randy, mirando por el ventanal—, tienen otro 747 para Manila.

 

—En Asia, ninguna compa?ía aérea decente se molesta en mover nada más peque?o que un 747 —responde Avi—. Si alguien intenta meterte en un 737 o, Dios no lo quiera, un Airbus, corre, no te molestes en caminar, aléjate de la puerta de embarque, llámame al Sky Pager y enviaré un helicóptero a evacuarte.

 

Randy ríe.

 

Avi sigue hablando.

 

—Ahora escúchame bien. El hotel al que vas es muy antiguo e impresionante, pero está en medio de ninguna parte.

 

—?Cómo se les ocurrió construir un hotel en medio de ninguna parte?

 

—Hace tiempo fue una zona concurrida… está en el paseo marítimo, justo en el límite de Intramuros.

 

Randy recuerda el suficiente espa?ol de instituto para comprender el nombre.

 

—Pero Intramuros fue arrasado por los nipones en 1945 —siguió diciendo Avi—. De forma sistemática. Todos los hoteles de negocios y los edificios de oficinas están en un nuevo distrito llamado Makati, mucho más cerca del aeropuerto.

 

—Así que quieres que nuestra oficina esté en Intramuros.

 

—?Cómo lo has adivinado? —dice Avi, con voz de ligero asombro. Se enorgullece de ser impredecible.

 

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