Las pruebas (The Maze Runner #2)

A Thomas no le dio tiempo de procesar lo que Newt había dicho. De hecho, estaba intentando decidir si estaba más confundido o asustado cuando un timbre empezó a sonar por toda la habitación. Por instinto se echó las manos a los oídos y miró a los demás.

Advirtió el reconocimiento perplejo de sus rostros y entonces se dio cuenta. Era el mismo sonido que habían oído en el Laberinto justo antes de que Teresa apareciera en la Caja. Aquella había sido la única vez que lo había oído y, atrapado en los límites de un peque?o cuarto, era diferente, más fuerte, con ecos solapados. Aun así, estaba segurísimo de que era lo mismo. Era la alarma utilizada en el Claro para anunciar que un novato había llegado.

Y no paraba. Thomas ya estaba sintiendo que un dolor de cabeza se formaba detrás de sus ojos.

Los clarianos daban vueltas por la habitación a la vez que contemplaban boquiabiertos las paredes y el techo, como si intentaran averiguar la fuente de aquel ruido. Algunos se sentaron en las camas mientras presionaban los laterales de sus cabezas con las manos.

Thomas también trató de localizar la fuente de la alarma, pero no pudo ver nada. Era tan sólo un sonido que provenía de todos los sitios a la vez.

Newt le agarró del brazo y le gritó al oído:

—?Es la maldita alarma de los novatos!

—?Lo sé!

—?Por qué suena ahora?

Thomas se encogió de hombros y esperó que su cara no reflejara lo molesto que estaba. ?Cómo iba a saber él lo que estaba pasando?

Minho y Aris habían salido del lavabo, ambos restregándose la nuca distraídamente mientras buscaban respuestas en la habitación. No tardaron mucho en descubrir que los demás tenían tatuajes similares a los suyos. Fritanga se había acercado a la puerta que daba a la zona común y estaba a punto de tocar con la palma de la mano el sitio donde antes se hallaba el pomo roto.

—?Espera! —gritó Thomas, llevado por un impulso.

Corrió hasta Fritanga y notó que Newt iba detrás de él.

—?Por qué? —preguntó Fritanga, con la mano aún a pocos centímetros de la puerta.

—No lo sé —contestó Thomas, sin estar seguro de si le oirían con aquel estruendo—. Es una alarma. Quizás esté pasando algo muy malo.

—?Sí! —gritó Fritanga—. ?Y quizá tengamos que largarnos de aquí!

Sin esperar a ver lo que Thomas decía, empujó la puerta. No se movió y la empujó más fuerte. Al seguir sin moverse, se apoyó en ella con todo su peso.

Nada. Estaba tan cerrada como si la hubieran tapiado.

—?Habéis roto el fuco pomo! —gritó Fritanga, y golpeó la puerta con la palma de la mano.

Thomas no quería gritar más; estaba cansado y le dolía la garganta. Se dio la vuelta y se apoyó en la pared, con los brazos cruzados. Casi todos los clarianos parecían tan agotados como él; estaban hartos de buscar respuestas o una salida. Todos se encontraban sentados en las camas o de pie con la mirada perdida.

Más por desesperación que por otra cosa, Thomas volvió a llamar a Teresa. Luego lo hizo varias veces más. Pero la chica no respondió y, de todos modos, en medio de aquel estruendo, Thomas no sabía si podría haberse concentrado lo suficiente para oírla. Todavía notaba su ausencia; era como despertarse un día sin dientes en la boca. No haría falta correr al espejo para saber que ya no los tenías.

Entonces la alarma se paró.

Nunca antes el silencio había parecido tener su propio sonido, como una colmena de abejas zumbantes, se estableció con ferocidad en el cuarto e hizo que Thomas levantara las manos y se metiera un dedo en cada oreja. Las respiraciones, los suspiros de la habitación, eran como una explosión comparados con la extra?a nube de tranquilidad.

Newt fue el primero en hablar:

—No me digas que nos van a seguir mandando novatos caídos del cielo.

—?Dónde está la Caja en este fuco sitio? —masculló Minho con sarcasmo.

Un ligero chirrido hizo que Thomas mirase de repente a la puerta que daba a la zona común. Se había abierto varios centímetros y un trozo de oscuridad marcaba ahora dónde estaba entornada. Alguien había apagado las luces al otro lado. Fritanga retrocedió un paso.

—Supongo que ahora quieren que salgamos ahí fuera —dijo Minho.

—Pues ve tú primero —sugirió Fritanga.

Minho ya había empezado a moverse.

—No hay problema. Puede que tengamos a un nuevo pingajo con el que meternos y al que darle patadas en el culo cuando no tengamos nada más que hacer —se acercó a la puerta y luego se detuvo para mirar de reojo a Thomas. Su voz se había vuelto sorprendentemente suave—. No nos vendría mal otro Chuck.

Thomas sabía que no debería haberse ofendido. En cualquier caso, Minho estaba intentando —a su manera— demostrar que echaba de menos a Chuck, al igual que todos los demás. Pero al recordarle a su amigo, y en aquel momento tan extra?o, Thomas se enfadó. El instinto le dijo que lo ignorara. Ya tenía bastante con las cosas que le estaban pasando. Tenía que alejarse de sus sentimientos por un tiempo y avanzar. Paso a paso. Ir solucionándolo todo.

—Sí —dijo al final—. ?Vas a pasar tú o quieres que vaya yo primero?

—?Qué decía tu tatuaje? —respondió Minho en voz baja, ignorando la pregunta de Thomas.