Thayer sintió que se le subían los colores a la cara. Tomó a su novia del brazo y la sacó deprisa de la sala. Con enfado, notó que ella llevaba su copa y suficiente vino en una jarra como para mantenerla llena. Echó una mirada hacia atrás, sobre el hombro, y vio que Roger y Margaret venían detrás de ellos, lo que hizo que recuperara algo de su calma perdida.
Una vez que estuvieron fuera, Thayer entendió lo que había dicho el padre de Gytha. Arbustos, árboles y flores estaban dispuestos de tal manera que uno pudiera caminar en medio de su belleza en completa paz e intimidad. Al principio podría haberle parecido una frivola pérdida de espacio, pero Thayer ya había visto en otros feudos europeos jardines semejantes a éste. Sin embargo, sabía que era de un estilo nuevo para Inglaterra, donde los jardines solían ser florestas salvajes o útiles campos de verduras. John también estaba en lo cierto al pensar que era un excelente escenario para fomentar el romance.
Thayer hizo una mueca al pensar en esta última palabra: romance. La chica merecía que la cortejaran, aunque sólo fuera un poco. No podía negar esa verdad incuestionable. No podía culparla a ella por la situación ni por esa belleza que lo intranquilizaba. Por desgracia, el arte de cortejar era totalmente desconocido para él. Mirándola caminar frente a él, y puesto que Roger no musitaba palabra, buscó frenéticamente dentro de su cabeza algo que decir, lo que fuera.
Gytha hizo caso omiso de los balbuceos de desaprobación de Margaret cuando llenó de nuevo su copa y la de su prima, luego le pasó la jarra a Roger. La ira la invadía. Al llegar el nuevo día estaría casada con el hombre que daba zancadas detrás de ella, desabrido y furioso. En un lugar pensado para los sentimientos amorosos, delicados, el hombre se mantenía distante y fruncía el ce?o a su espalda. De repente, sintió la urgente necesidad de hablarle directamente, con toda honestidad. Necesitaba saber por qué Thayer odiaba la idea de casarse con ella. De modo que se detuvo abruptamente y se dio la vuelta para encararlo.
Sumido como estaba en profundos pensamientos, tratando de encontrar palabras con creciente desesperación, Thayer no se dio cuenta de que Gytha se había detenido, entonces se tropezó con ella y la derribó. La joven cayó en el césped justo a los pies de su hosco prometido. Roger se dirigió hacia ella a la vez que Thayer se agachaba para ayudarla a levantarse, y casi chocaron sus cabezas. Margaret también se apresuró a tenderle la mano.
—Debiste decirme que ibas a detenerte —le espetó Thayer, mientras la veía sacudirse la falda del vestido con la ayuda de Margaret.
—Estaba tratando de hablar contigo, se?or —le dijo secamente ella, mirándolo con mal disimulada ira.
—?Sí? ?Y qué tienes que decir?
Gytha decidió que mirarlo en la posición en que estaban, es decir, hacia arriba, era demasiado incómodo. Con todo lo que le daba vueltas en la cabeza y que tenía la urgencia de decirle, corría el riesgo de sufrir una lesión severa del cuello antes de haber acabado de hablar. Miró alrededor y vio un banco algo más allá. Tomó de la mano al desconcertado novio y lo arrastró hacia él; allí, se subió al banco, para igualar las alturas, y lo miró a la cara.
—?Qué es lo que tanto aborreces de nuestra boda de ma?ana? —le preguntó en tono imperativo.
—Gytha… —protestó Margaret suavemente.
—Es una pregunta razonable, prima. ?Y bien, se?or? ?Acaso prefieres damas de otro tipo, morenas, por ejemplo?
—No —Thayer no podía hablarle de sus miedos, de su temor a un futuro colmado de dolor y de vergüenza si finalmente se convertía en un marido cornudo.
—?Tal vez soy muy bajita para tu gusto?
—Pues, es verdad que si fueras un poco más bajita, es posible que me costara trabajo encontrarte.
—Ah, ya veo. Te gustaría que fuera más alta —frunció el ce?o cuando él negó con la cabeza—. ?No? ?Más delgada, entonces? ?Más gorda?
A pesar de los esfuerzos de Thayer por resistirse, recorrió la figura de Gytha con la mirada. No encontró ningún defecto en ella. Tenía senos generosos y firmes, deliciosamente respingones, una cintura peque?a y caderas suavemente redondeadas. Características, todas ellas, que por supuesto hacían que un hombre se interesara de inmediato. Rápidamente, el cuerpo de Thayer hizo saber que le urgía empezar la vida marital con esa mujer.
—Nada de eso. Ni?a, entiéndeme, estoy conmocionado. Vine aquí para asistir a la boda de William, y me encontré con la sorpresa de que William está muerto y yo soy el novio. Llegué con la intención de conocer a la novia de William, pero en lugar de eso, he conocido a la mía. Es una situación que haría que a cualquier hombre le diera vueltas la cabeza.
A Gytha le pareció que lo que decía Thayer era razonable. Sin embargo, sintió que él no le estaba diciendo toda la verdad. A pesar del vino, que le confundía los sentidos, supo que sería inútil presionarlo para que le dijera algo más. Pero no le dio tiempo a comunicárselo a su futuro marido porque, cuando iba a hacerlo, escuchó voces que provenían del otro lado de los setos que estaban detrás de ella, y que le llamaron poderosamente la atención.
—No debemos —jadeó una ronca voz femenina—. Mi marido…
—Está sin conocimiento, por todo el vino que ha tragado.