Los Hijos de Anansi

Rosie da clases, echa una mano, y, sobre todo, Hace el Bien; si en algún momento echa de menos Londres, lo disimula inmejorablemente. La madre de Rosie, por su parte, se pasa la vida echando de menos Londres y diciendo lo mucho que echa de menos Londres, pero si alguien comenta alguna vez —aunque sólo sea de pasada— que a lo mejor preferiría regresar allí, lo interpreta como un intento de separarla de sus todavía nonatos (y, dicho sea de paso, aún no concebidos) nietos.

 

Nada podría causarle mayor placer a este escritor que poder aseguraros que, tras su regreso del valle de las sombras, la madre de Rosie se convirtió en una mujer completamente distinta; una mujer alegre, amable con todo el mundo, con unas ganas de comer sólo comparables a sus ganas de vivir y de disfrutar de la vida. Sin embargo, en honor a la verdad, no tengo más remedio que ser sincero y lo cierto es que, tras su paso por el hospital, la madre de Rosie seguía siendo la misma de siempre: tan suspicaz y poco caritativa como de costumbre, aunque bastante más frágil y muy dada a dormir con la luz encendida.

 

Les anunció que había decidido vender su piso de Londres y seguir a Ara?a y a Rosie a dondequiera que fuesen para estar siempre cerca de sus nietos; y, según iba pasando el tiempo, empezó a dejar caer mordaces comentarios sobre la ausencia de nietos, sobre la calidad y la movilidad de los espermatozoides de Ara?a, la frecuencia y las posiciones de las relaciones sexuales de Ara?a y Rosie, y lo relativamente baratos y sencillos que resultaban los tratamientos de fecundación asistida. Era tal su insistencia, que Ara?a empezó a plantearse seriamente la posibilidad de no volver a acostarse con Rosie, sólo por fastidiar a la madre de Rosie. Se lo planteó una tarde, durante unos once segundos, cuando la madre de Rosie les entregó unas fotocopias de un artículo que había leído en una revista que proponía que Rosie se pusiera a hacer el pino después del coito y permaneciera media hora en esa posición. Ara?a le comentó a Rosie esa misma noche lo que se le había pasado por la cabeza, y ella se echó a reír y le dijo que le tenía terminantemente prohibido a su madre que entrara en su dormitorio y que a buenas horas se iba a poner ella a hacer el pino después de hacer el amor.

 

La se?ora Noah tiene un piso en Williamstown, cerca de la casa en la que viven Ara?a y Rosie, y, dos veces por semana, uno de los muchos sobrinos de Callyane Higgler se pasa por allí y le pasa el aspirador, limpia el polvo a sus frutas de cristal (las de cera se fundieron, en la isla hace mucho calor), le prepara algo de comida y se la deja en la nevera, y la madre de Rosie unas veces se la come y otras, no.

 

Charlie es cantante. Sus carnes han perdido casi por completo su antigua blandura. Ahora es un hombre fibroso y el sombrero se ha convertido en su sello personal. Tiene muchos sombreros diferentes de diversos colores, pero todos ellos del mismo estilo que el de su padre; su sombrero favorito es de color verde.

 

Charlie tiene un hijo. Se llama Marcus: tiene cuatro a?os y medio, y esa expresión tan grave y circunspecta que sólo han conseguido llegar a dominar los ni?os y los gorilas de monta?a.

 

Ya nadie le llama a Charlie ?Gordo Charlie?, y lo cierto es que, a veces, él lo echa de menos.

 

Eran las primeras horas de una ma?ana de verano, ya había amanecido. Se oían ruidos en la habitación de al lado. Charlie no quiso despertar a Daisy. Se levantó de la cama con mucho sigilo, cogió una camiseta y unos pantalones cortos y, al entrar en la habitación de Marcus, se encontró a su hijo en el suelo, desnudo, jugando con un trenecito de madera. Se pusieron cada uno sus camisetas, sus pantalones cortos y sus chanclas, Charlie se puso un sombrero, y caminaron hacia la playa.

 

—?Papá? —dijo el ni?o. Por la expresión de su cara, parecía estar pensando en algo, muy concentrado.

 

—Dime, Marcus.

 

—?Quién fue el presidente más corto?

 

—?Te refieres a la altura?

 

—No. A los días. ?Quién fue presidente menos días?

 

—Harrison. Cogió una neumonía durante la ceremonia de investidura y murió. Fue presidente durante cuarenta y tantos días, y, en ese tiempo, prácticamente no hizo otra cosa que morirse.

 

—Oh. ?Y quién fue el más largo?

 

—Franklin Delano Roosevelt. Fue presidente en tres ocasiones. Murió siendo presidente, durante su cuarto mandato. Aquí ya podemos quitarnos las chanclas.

 

Pusieron las chanclas encima de una roca y siguieron caminando hacia la orilla, dejando sus huellas sobre la húmeda arena.

 

—?Cómo es que sabes tantas cosas de los presidentes?

 

—Porque, cuando era peque?o, mi padre pensó que sería bueno para mí leer cosas sobre ellos.

 

—Oh.

 

Se metieron por el agua y caminaron hacia una roca que sólo se veía cuando la marea estaba baja. Un rato después, Charlie cogió a su hijo y se lo sentó en los hombros.

 

—?Papá?

 

—Dime, Marcus.

 

—Petunia dice que eres famoso.

 

—?Y quién es Petunia?

 

—Va a mi colé. Dice que su mamá tiene todos tus cedes. Dice que le gusta mucho cómo cantas.

 

—Ah.

 

—?Eres famoso de verdad?

 

—Pues, en realidad, no. Bueno, un poquito, sí. —Cogió a Marcus, lo puso sobre la roca y, a continuación, se subió él—. Muy bien. ?Listo para cantar?

 

—Sí.

 

—?Qué canción quieres que cantemos?

 

—Mi canción preferida.

 

—A lo mejor a ella no le gusta.

 

Neil Gaiman's books