El Código Enigma

El sultán manifiesta un acento de Oxford con algunos rastros de ajo y pimienta roja entre los dientes. Habla durante unos quince minutos.

 

La sala contiene unas docenas de cuerpos vivos, cada uno de ellos un gran saco de intestinos y fluidos tan comprimidos que saltarían unos metros si los rajasen. Cada uno de ellos está construido alrededor de una armadura de 206 huesos conectados entre sí por uniones con tendencia a fallar, dadas a crujidos, chirridos y taponazos desagradables cuando ya no se encuentran en sus mejores condiciones. La estructura está rodeadas de filetes que laten, inflados con sacos de aire apretados, y atravesados por un alcantarillado gordiano lleno de ácido burbujeante y gas comprimido y rebosando de enzimas y disolventes asquerosos producidos por muchas pepitas oscuras de carne programada genéticamente enhebradas a toda su longitud. Por todo ese dédalo descuidado se obliga a pasar, por medio de convulsiones en serie, a masas de comida en disolución, para que se transforme en gas, líquido y materia sólida que debe evacuarse periódicamente al exterior para evitar que su due?o muera por intoxicación. Cámaras esféricas llenas de gelatina giran en cuencas engrasadas con mucosidades. Falanges infinitas de cilios rechazan partículas invasoras, envolviéndolas en una sustancia viscosa para su posterior eliminación. En cada cuerpo, un músculo central se debate en un eterno torrente circular de salsa presurizada. Y sin embargo, a pesar de todo esto, ninguno de los cuerpos produce ni el más mínimo sonido durante el discurso del sultán. Es una maravilla que sólo puede explicarse por el poder del cerebro sobre el cuerpo y, a su vez, del condicionamiento cultural sobre el cerebro.

 

Su anfitrión intenta mostrarse apropiadamente sultánico: ofreciendo visión y dirección sin verse atrapado en las arenas movedizas de la administración. La visión básica (o eso parece al principio) es que Kinakuta ha sido siempre un cruce de caminos, un lugar de encuentro de culturas: los malayos originales. Foote y su dinastía de sultanes blancos. Los filipinos con sus gobernadores espa?oles, americanos y nipones al este. Musulmanes al oeste. Anglos al sur. Numerosas culturas del sureste asiático al norte. Los chinos por todas partes, como siempre. Los nipones cuando se encuentran de ánimo aventurero, y (por lo que pudiese valer) las tribus neolíticas que habitan el interior de la isla.

 

Por tanto, nada más natural que los kinakuteses del presente tiendan gruesos cables de fibra óptica en todas direcciones, se conecten a todas las compa?ías de telecomunicaciones internacionales más importantes a su alcance, y se conviertan en un bazar digital.

 

Todos los invitados asienten con seriedad ante la inteligencia del sultán, su magistral habilidad para combinar las tradiciones antiguas de su país con la tecnología moderna.

 

Pero no se trata más que de una analogía superficial, confiesa el sultán.

 

Todos asienten algo más vigorosamente que antes: es cierto, todo lo que el sultán acaba de decir no son más que gilipolleces. Varias personas toman notas, no sea que pierdan el hilo de lo que dice.

 

Después de todo, dice el sultán, la posición física ya no importa en un mundo digitalizado e interconectado. El ciberespacio no conoce fronteras.

 

Todos asienten con energía excepto, por un lado, John Cantrell, y, por el otro, los chinos de aspecto feroz.

 

Pero eh, sigue diciendo el sultán, ?no son más que cantos de ciberanimadoras tontas! ?Qué gilipollez! ?Claro que importa la posición geográfica y las fronteras! En ese momento la habitación queda sumida en la penumbra a medida que la luz que penetra por las ventanas queda reducida por alguna especie de mecanismo en el mismo vidrio: persianas de cristal líquido, o algo similar. Bajan pantallas previamente ocultas en ranuras ingeniosamente colocadas en el techo. Esa diversión salva las vértebras cervicales de muchos presentes que están a punto de asentir aún con mayor fuerza ante el último giro del sultán. Mierda, ?la situación física importa o no importa en el ciberespacio? ?De qué estamos hablando? ?No estamos en una asociación de debate de Oxford! ?Al grano!

 

El sultán arremete con algunos gráficos: un mapa del mundo en una de esas proyecciones políticamente correctas que hacen que América y Europa parezcan arrecifes bloqueados por el hielo del gran ártico. Superpuestas al mapa hay líneas rectas, cada una uniendo dos ciudades importantes. La red de líneas se vuelve más y más densa a medida que habla el sultán, obscureciendo casi por completo las masas terrestres y también los océanos.

 

Esa, les explica el sultán, es la visión convencional de Internet: una red descentralizada que conecta cada lugar con todos los demás, sin cuellos de botella o, si te parece mejor el término, embudos.

 

?Siguen siendo gilipolleces! Aparece un nuevo gráfico: el mismo mapa, diferente estructura de líneas. Ahora tenemos redes entre países, en ocasiones entre continentes. Pero entre países, y especialmente entre continentes, sólo hay unas pocas líneas. No se parece en nada a una red.

 

Randy mira a Cantrell, que asiente ligeramente.

 

—Muchos partisanos de la Red están convencidos de que la Red es robusta porque sus líneas de comunicación están distribuidas por igual por todo el planeta. De hecho, como puede verse en ese gráfico, casi todo el tráfico web intercontinental pasa por un número peque?o de embudos. Normalmente esos embudos son controlados y vigilados por gobiernos locales. Por tanto, está claro que cualquier aplicación de Internet que desee mantenerse al margen de la interferencia gubernamental está condenada desde el principio por lo que es un problema estructural fundamental.

 

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