El mapa de los anhelos

Asiento y suelto el aire que he estado conteniendo. Por fin puedo largarme sin mirar atrás. Pero, justo cuando estoy a punto de atravesar la puerta por la que se han marchado el resto de los asistentes, una duda me zarandea y doy la vuelta.

—?Le suena el nombre de Lucy Peterson?

La mirada de Faith se ilumina antes de mostrar compasión, y entonces comprendo que no solo la conoce, sino que además sabe que está muerta.

—?Eres Grace? —Asiento con los labios apretados—. Lamento tu pérdida.

Mantengo una lucha bastante razonable con el uso impreciso del verbo ?perder?, pero no es el momento para reflexionar sobre ello.

—?Lucy estuvo aquí?

—Sí, vino en varias ocasiones a lo largo del a?o pasado, cuando su estado de salud se lo permitía. Al principio no estaba segura de que fuese una buena idea, pero la dejé quedarse como oyente. ?Cómo iba a negarme? Era un encanto.

—Pero no lo entiendo…

—A Lucy le preocupaba mucho qué sería de su familia cuando ella ya no estuviese. Creo que necesitaba entender el proceso de duelo. Así que venía, escuchaba y vivía a través de otros aquello que nunca podría presenciar.

—Ya. —Tomo aire con brusquedad—. Lo siento, debo irme.

No soy capaz de despedirme en condiciones antes de dar la vuelta y salir de allí. Para colmo, cuando lo hago, descubro que el coche de Will ha desaparecido.





5


Ser invisible


Encuentro a Will dos calles más abajo. Lo veo a través del cristal de una cafetería con una decoración tan anodina que recuerda a otras docenas de establecimientos. él está delante de una taza vacía y lee plácidamente un libro viejo y amarillento.

Abro la puerta con fuerza y hago ruido, pero Will ni se inmuta.

Solo cuando me tiene delante, apenas a medio metro, alza la vista y me mira para, a continuación, echarle un vistazo rápido a ese reloj que lleva en la mu?eca y que, claramente, no usa como debería. Es evidente que la puntualidad no es lo suyo, ya lo dejó caer el chico de los tatuajes con el que trabaja cuando apareció tarde.

—?Qué problema tienes?

—Estaba a punto de ir.

Pongo los ojos en blanco y me acomodo en el banco desgastado que hay frente a él. Will alza una ceja, como si no estuviese de acuerdo con la situación, pero le dirijo una mirada de advertencia que parece silenciarlo. Una camarera se acerca para tomar nota y pido un trozo de pastel de zanahoria y un café descafeinado.

—?Qué tal ha ido?

—?Sabías que era un grupo de terapia o algo así?

—Ni idea. —Clavo mis ojos en él—. Te lo juro, Grace.

Creo que dice la verdad, pero como sigue siendo un total desconocido a pesar de esto que nos une, no sé si puedo fiarme del todo de su palabra. La camarera trae el pedido y hundo el tenedor en la tarta. Está deliciosa, no demasiado dulce.

—?Qué hay dentro de la caja?

—?El mapa de los anhelos?.

—Ya. ?Y cómo es? Dime algo que puedas contarme, al menos. Imagina lo raro que está siendo todo esto. Es decir, creía que lo sabía todo sobre mi hermana y resulta que no solo no te conozco, sino que, además, estoy descubriendo que tenía otros secretos.

—?Acaso eso es malo?

Lo miro con atención. Está ligeramente recostado en el reservado granate que ocupamos, con un brazo por encima del respaldo y el otro sobre la mesa, cerca del libro que minutos atrás leía. Distingo el título: El eudemonismo.

Hay algo en Will que me ha llamado la atención desde la noche que lo conocí y ahora advierto al fin de qué se trata: se mueve por el mundo como lo hacen las personas que han vivido con una red de seguridad a sus pies, esas que han tenido toda su vida servicio doméstico y cierta libertad que termina traduciéndose en miradas ligeramente condescendientes.

—?Tener secretos? No lo sé, dímelo tú, Will. ?Qué hay que hacer para trabajar en un pub a media jornada y conseguir un sueldo que me permita tener tu coche?

Sé que he dado en el blanco cuando me taladra con la mirada.

—Eso no es asunto tuyo. Te recuerdo que te estoy haciendo un favor y solo lo hago porque tu hermana me cae… —se muerde la lengua—, me caía bien.

Tiene razón, pero todo este asunto del juego, los secretos y la presencia constante de Lucy a mi alrededor cuando ya creía haberme despedido de ella hacen que esté más alterada de lo normal y me siento… un poco confusa, como si tuviese un montón de abejorros en la cabeza y no dejasen de zumbar día y noche, noche y día.

Decido aflojar y dar marcha atrás.

—?Os conocisteis en el hospital porque tenías algún familiar enfermo que estaba en la misma planta que ella? —Engullo otro trozo de tarta.

Entonces, para mi sorpresa, veo a Will sonreír por primera vez. Es un gesto casi imperceptible, la comisura derecha de su boca se alza despacio y luego recupera el rictus habitual, como si nunca hubiese ocurrido. Pero ha pasado. Y ha sido electrizante.

—No.

—?Hubo algo entre vosotros…?

—No. Y déjalo estar ya. El cómo no es tan importante, quizá deberías empezar a plantearte el porqué —gru?e; luego, se acerca a la barra para pagar y da la conversación por finalizada.

No hablamos durante el camino de regreso hasta que frena delante de mi casa. Y justo ahí, subido en la moto y fumándose un cigarrillo, me espera Tayler. Alza la vista hacia nosotros y frunce el ce?o antes de dar una última calada.

—Entonces, ?cuándo volveremos a vernos?

—Te mandaré un mensaje —dice Will.

—De acuerdo. Supongo que… gracias.

Se muestra igual de inexpresivo que de costumbre mientras salgo del vehículo y cierro la puerta. Unos metros más allá, Tayler baja de la moto, se acerca con paso decidido y me rodea la cintura antes de darme un beso. Su olor, el de la colonia que todos los chicos del instituto usaban cuando se puso de moda hace unos a?os, me reconforta. Es el efecto anestésico de aquello que resulta familiar.

Cuando me separo de Tayler, el coche de Will ya se aleja calle abajo.

—?Quién era ese?

—Un amigo —digo.

Tayler asiente y pregunta:

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