Bruja blanca, magia negra

—Todavía no —respondí, y con sus brazos rodeándome, apunté con el dedo hacia aquel antro de mala muerte—. ?Celero inanio! —repetí.

 

—?Para! —gritó Ivy, y solté un aullido cuando sus manos me desasieron y el dolor me dobló por la mitad. Tomé aire, quemándome los pulmones. Pero no podía dejarlo. Todavía no había terminado.

 

El catre empezó a arder, con una brillante llamarada de color naranja justo encima que le hacía parecer un cuerpo retorciéndose de dolor. La sangre del suelo se transformó en una vaharada negra que empezó a girar sobre sí misma conforme absorbía más aire para sustituir el que se estaba quemando. Las manos de Ivy me agarraron por detrás, y respiré aliviada cuando el dolor disminuyó de nuevo y volvió a hacerse soportable.

 

—Por favor, no me sueltes —le supliqué con los ojos llenos de lágrimas de dolor, tanto físico como psíquico, y sentí que asentía con la cabeza.

 

—?Celero inanio! —grité de nuevo, y mis lágrimas empezaron a evaporarse al caer, formando brillantes chispas de sal, y aun así, la rabia siguió ardiendo en mí, latiendo al mismo ritmo que mi corazón. La línea luminosa fluía a raudales a modo de venganza, ardiendo e intentando arrastrarme con ella como un torrente sin capacidad para discernir. Podía oler mi pelo, que empezaba a arder y tenía la sensación de que los ara?azos de mis mejillas echaban fuego.

 

—?Para, Rachel! —gritó Ivy, pero yo veía la chispa de los ojos de Kisten en las llamas, sonriéndome, y no podía parar.

 

Inesperadamente, una sombra se interpuso entre el ensordecedor infierno y yo, haciendo que el calor me golpeara cuando pasó por delante de mí como una exhalación. Escuché a Edden maldiciendo y después el ruido de la puerta de piedra al moverse. Una astilla de sombra fría me tocó la rodilla, ascendió por mi pierna y me besó el borde de la mejilla. Me incliné hacia ella cuando la franja de venganza blanca se estrechó y, tras perder el equilibrio, me desplomé. Aun así no solté la línea. Era la única cosa limpia a la que podía recurrir.

 

Ivy me sacudió ligeramente para que le prestara atención. Sus ojos estaban negros por el miedo, y yo la amé.

 

—Suelta la línea —me suplicó mientras sus lágrimas ardían al entrar en contacto con mi piel—. Rachel, suelta la línea, por favor.

 

Parpadeé. ?Suelta la línea?

 

El túnel se sumió en la más absoluta oscuridad cuando Edden consiguió, por fin, cerrar la puerta, y una ráfaga de aire frío me quemó la piel. Mis ojos lentamente reconocieron el perfil de su rostro mientras me abrazaba. La silueta de Edden se volvió más definida mientras un brillo rojo se aclaraba, mostrando el lugar en el que la pared era más delgada: la puerta. Mi fuego todavía ardía con furia al otro lado, y el resplandor del calor iluminaba el túnel con un tenue fulgor.

 

La figura de Edden se quedó mirando hacia la luz, con los brazos en jarras.

 

—?Santa madre de Dios! —exclamó en un susurro. A continuación retiró la mano después de tocar las líneas que el hechizo había grabado en la puerta. Podía ver el luminoso anillo del círculo de hierro hechizado engastado en la superficie. Irradiando de él, había unos hilos negros formando un pentáculo en espiral con símbolos arcanos. Justo en medio se encontraba la huella de mi mano, amoldándose al hechizo, haciéndolo completamente mío. Nadie volvería a abrir aquella puerta nunca más.

 

—?Se ha ido! ?Déjalo! —gritó Ivy, y en esta ocasión obedecí.

 

Apenas la energía se bloqueó, solté un grito ahogado, dando un respingo cuando el frío entró en tropel reemplazando el calor. Entonces me hice un ovillo y susurré, antes de que el desequilibrio pudiera golpearme:

 

—Lo tomo. Lo tomo. Lo tomo.

 

Las lágrimas se abrieron paso a través de mis párpados cerrados y sentí que la horrible oscuridad trepaba por encima de mí como una fría sábana de seda. Se había tratado de una maldición negra, pero la había usado sin pensar. Aun así, las lágrimas no brotaban por mí, sino por Kisten.

 

No se oía ningún ruido, a excepción de mi respiración jadeante. Me dolía el pecho como si estuviera ardiendo. No había nada que fluyera de mi interior. Era como un cascarón chamuscado. No se oía nada, como si también los sonidos hubieran quedado reducidos a un montón de cenizas.

 

—?Puedes ponerte de pie?

 

Era Ivy, y yo la miré parpadeando, incapaz de contestar. Edden se inclinó sobre nosotras, y cuando sus brazos se deslizaron entre nosotras y me alzaron como si fuera una ni?a, solté un aullido de dolor.