Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

Zafiro (Edelstein-Trilogie #2)

Kerstin Gier



Prólogo


Londres, 14 de mayo de 1602

Todo estaba oscuro en las callejuelas de Southwark, oscuro y solitario. En el aire flotaba un olor a gas, cloacas y pescado. Instintivamente, el joven sujeto con más fuerza la mano de su compa?era y tiró de ella.

—Habría sido mejor seguir otra vez directamente el curso del río. En este laberinto de callejuelas no hay manera de encontrar el camino —susurró.

—Sí, y en cada esquina acecha un ladrón y un asesino —dijo ella alegremente—. Fantástico, ?no? ?Desde luego!, es mil veces mejor que quedarse sentada en ese apestoso caserón haciendo los deberes —a?adió, y tras remangarse el pesado vestido, siguió caminando a paso ligero.

El joven esbozó una sonrisa. Sin duda Lucy tenía un talento único para encontrar el lado positivo a cualquier momento y a cualquier situación. Ni siquiera la llamada Edad de Oro de Inglaterra, que en ese instante en absoluto hacia honra a su nombre (más bien parecía bastante siniestra), podía asustarla, más bien al contrario.

—Es una lástima que nunca tengamos más de tres horas —dijo cuando él la alcanzo—. Hamlet me habría gustado más todavía si no hubiera tenido que verlo por capítulos. —Esquivó con habilidad un asqueroso charco de fango, o al menos en lo que confiaba fuera fango, y, tras dar unos graciosos pasos de danza, giró sobre si misma y recito—: ?Y así la conciencia nos convierte a todos en cobardes... ?. ?No te ha parecido genial?

El asintió y tuvo que hacer un esfuerzo en no volver a sonreír. En presencia de Lucy le ocurría con demasiada frecuencia. ?Si no iba con cuidado, acabaría por parecer un memo!

Los dos jóvenes iban de camino del London Bridge —lamentablemente, en esa época el Southwark Bridge, que en realidad les hubiera ido mejor, aún no se había construido—, pero tendrían que correr si no querían que su escapada secreta al siglo XVII saliera a la luz.

Lucy dobló la esquina en dirección al río. Mentalmente parecía seguir a Shakespeare.

—Paul, ?cuánto le has dado a ese hombre para que nos dejara entrar en el teatro Globe?

—Cuatro de esas pesadas monedas. No tengo ni idea de cuanto valen. —rió —. Supongo que equivaldrán al salario de un a?o o algo así.

—En todo caso ha funcionado. Las localidades eran perfectas.

Poco después llegaron al London Bridge. Como a la ida, Lucy se detuvo y quiso comentar algo acerca de las casas construidas sobre el puente, pero Paul tiró de ella para seguir caminado.

—Ya sabes lo que nos advirtió mister George: si te quedas demasiado tiempo debajo de una ventana, corres el riesgo de que te vacíen un orinal en la cabeza —le recordó—. ?Además, estás llamando la atención!

—No hay manera de saber que te encuentras en un puente, parece una calle absolutamente normal. ?Oh, mira, un atasco! Pues sí, creo que ya va siendo hora de que construyan un par de puentes más.

En contraste con las callejuelas adyacentes, el puente aún estaba muy concurrido, pero los carruajes, las sillas y las carrozas que querían pasar a la otra orilla del Támesis no avanzaban ni un metro. Más adelante se oían voces, maldiciones, relinchos de caballos, pero no podía adivinarse el motivo de la parada. Un hombre con un sombreo negro asomó la cabeza por la ventanilla de una carroza que se encontraba justo a su lado. El rígido cuello de encaje blanco se le subía hasta las orejas.

—?Es que no hay ningún otro camino para cruzar este río apestoso? —le gritó en francés a su cochero.

El cochero negó con la cabeza.

—?Aunque lo hubiera, no podemos dar media vuelta, estamos atrapados! Iré ahí a ver que ha pasado. Seguro que pronto podemos seguir.

El hombre soltó un gru?ido y volvió a meter la cabeza, con sombrero y cuello de encaje, en la carroza, mientras el cochero bajaba y se abría paso entre el gentío.

—?Has oído eso, Paul? Son franceses —susurró Lucy entusiasmada—.

?Turistas!

—Sí. Fantástico. Pero tenemos que seguir adelante, ya no nos queda mucho tiempo.

Recordaba vagamente haber leído que ese puente había sido destruido en algún momento y posteriormente había sido levantado quince metros más allá. No era un buen lugar para un salto en el tiempo. Siguieron al cochero francés, pero un poco más adelante la gente y los carruajes estaban tan apretujados que era imposible continuar avanzando.

—He oído que se ha incendiado un carro con barriles de aceite —dijo la mujer que tenía delante sin dirigirse a nadie en particular—. Si no van con cuidado, acabaran por quemar otra vez el puente.

—Pero no hoy, por lo que sé —murmuro Paúl, y cogió a Lucy del brazo—.

Ven, volveremos atrás y esperaremos hasta nuestro salto en el otro lado.

—?Te acuerdas todavía de la contrase?a? Solo por si no lo logramos a tiempo.

—Algo con grutas y lapidas.

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