Fuera de la ley

—?Por supuesto! —dije forzando una sonrisa hasta que se volvió auténti-ca—. ?Cuándo te vas?

 

—Todavía no lo hemos decidido —respondió mirando tímidamente a Takata. El rockero la observaba con una media sonrisa, aparentemente le divertía tanto como a mí ver a mi madre tan azorada.

 

—Bueno —dijo finalmente, recobrando la compostura—, pensaba que-darme un poco más para ayudar a recoger, pero no parece que haya quedado gran cosa.

 

Yo eché un vistazo al santuario, que prácticamente había recuperado su aspecto habitual gracias a la gentileza de Matalina y del resto de su prole.

 

—No te preocupes, no hace falta.

 

Ella vaciló.

 

—?Estás segura? —inquirió mirando por encima de mi hombro el resto de la iglesia—. Es sábado. ?No es ese el día…?

 

Yo asentí.

 

—Sí, pero todavía está buscando un lugar donde instalarse. Aún me queda una semana de descanso.

 

Takata se pasó la mano nerviosamente por su rebelde cabello y esbozó una sonrisa irónica.

 

—Es el mismo demonio que intentaba matarte, ?verdad? —preguntó.

 

Podía oler el aroma a secuoya que despedía. Aquello no le gustaba un pelo, pero no le parecía que fuera el mejor lugar para hablar del tema. Una decisión muy sabia por su parte.

 

—Así es. —A continuación, aprovechando que mi madre no estaba mirando, le lancé una mirada asesina para indicarle que se estuviera callado—. Vendió todas sus posesiones para conseguirme, así que me tratará bien. De manera que cierra la boca si no quieres que a mi madre le dé un soponcio.

 

Mi madre me apretó la mano con gesto orgulloso, pero Takata parecía ho-rrorizado.

 

—Esa es mi chica —dijo—. Guárdate siempre un as en la manga.

 

—Lo haré.

 

Luego me dio un último abrazo de despedida que hizo que me invadiera una sensación de paz. Era una madre genial.

 

Finalmente nos separamos y, tras mirar a Takata, le di un abrazo también a él. ?Dios! ?Era realmente enorme! Parecía complacido hasta que le agarré con fuerza del brazo para retenerlo y susurré:

 

—Si le haces da?o a mi madre, usaré mis poderes para ir a por ti.

 

—La quiero —respondió quedamente.

 

—Eso es, precisamente, lo que me da miedo.

 

Cuando lo solté, me di cuenta de que ella me miraba con el ce?o fruncido, como si supiera que lo había amenazado. Pero ?qué esperaba? De algo tenía que servir tener una hija que se dedicaba a patear culos.

 

De pronto, Ivy se colocó a mi lado sin que me diera cuenta. Tenía muy buen aspecto, vestida con unos vaqueros y una camiseta.

 

—Adiós, se?ora Morgan. Takata… —dijo, impaciente porque se marcharan. No le gustaba alargar las despedidas—. Póngase en contacto conmigo para lo de la seguridad del solsticio. Le haré un buen precio.

 

—Gracias. Lo haré —dijo dando un paso atrás.

 

Seguidamente, cogió la bolsa de golosinas de mi madre y la acompa?ó hasta la puerta. Al verla abierta, Matalina se adelantó y acorraló a sus hijos con la excusa de llevarse al tocón los cuencos de fruta que habían sobrado, vio que la lluvia había amainado. Finalmente la puerta se cerró tras ellos de un portazo mientras mi madre no paraba de parlotear alegremente. Yo solté un suspiro, empapándome agradecida del repentino silencio.

 

Ivy comenzó a recoger los restos de la basura y yo me puse en marcha.

 

—Ha sido muy divertido —dijo mientras yo cogía uno de los tacos de billar para desenganchar uno de los extremos del festivo cartel que pendía por encima de las ventanas. Este cayó revoloteando y lo agarré para tirar de la otra punta.

 

Ivy se acercó para ayudarme a enrollarlo.

 

—Tu madre ha cambiado de peinado.

 

Una leve sensación de melancolía me invadió.

 

—Me gusta —dije—. Está mejor así.

 

—Parece más joven —a?adió Ivy.

 

Yo asentí con la cabeza. Ambas estábamos ocupadas recogiendo el cartel, do-blándolo hacia delante y hacia atrás por los peque?os corchetes, y acercándonos un poco más con cada pliegue.

 

—No he avanzado gran cosa en la investigación del asesino de Kisten —dijo inesperadamente—. Solo he conseguido eliminar a algunos sospechosos.

 

Alarmada, solté el paquete cuando nos encontramos justo en medio. Ella lo agarró con sus característicos reflejos vampíricos antes de que se desdoblara del todo y lo terminó de plegar.

 

—Tiene que ser alguien de fuera de Cincy —dijo fingiendo que no se había dado cuenta de mi aturullamiento—. Piscary nunca se lo habría concedido a un vampiro inferior fuera de la camarilla, sino a alguien de un rango mayor. Intentaré acceder a los registros de las aerolíneas, pero lo más probable es que huyera en coche.

 

—De acuerdo. ?Necesitas ayuda?

 

Evitando mirarme a los ojos, Ivy metió el cartel en su bolsa y lo dejó a un lado.

 

—?Has considerado la posibilidad de hablar con Ford?

 

?Ford? En aquel momento recordé al psiquiatra de la AFI y me sentí incómoda. Aquel hombre me ponía muy nerviosa.

 

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